martes, 3 de enero de 2012

EL DOS DE MAYO DE 1808

El dos de mayo
Goya. Museo del Prado

...al instante corrió por la multitud que estaban destinados al viaje de los dos infantes, don Antonio y don Francisco. Por instantes crecía el enojo y la ira, cuando al oír de la boca de los criados de Palacio que el niño don Francisco lloraba y no quería ir, se enternecieron todos, y las mujeres prorrumpieron en lamentos y sentidos  sollozos.
En este estado, y alterados más y más los ánimos, llegó a Palacio el ayudante de Murat, M. Augusto Lagrange, encargado de ver lo que allí pasaba, y de saber si la inquietud popular ofrecía fundados temores de alguna conmoción grave. Al ver al ayudante, conocido como tal por su particular uniforme, nada grato a los ojos del pueblo, se persuadió este era venido allí para sacar por fuerza a los infantes. Siguióse un general susurro, y al grito de una mujerzuela “Que nos los llevan” fue embestido Lagrangue por todas partes, y hubiera perecido a no haberle escudado con su cuerpo el oficial de walones Desmaisieres; más subiendo de punto la gritería, y ciegos todos de rabia y desesperación, ambos iban a ser atropellados y muertos, si afortunadamente no hubiera llegado a tiempo una patrulla francesa, que los libró del furor de la embravecida plebe.
Murat, prontamente informado de lo que pasaba, envió sin tardanza un batallón con dos piezas de artillería; la proximidad a Palacio de su alojamiento facilitaba la breve ejecución de su orden. La tropa francesa, llegada que fue al paraje de la reunión popular, en vez de contener el alboroto en su origen, sin previo aviso ni determinación anterior hizo una descarga sobre los indefensos corrillos, causando así una general dispersión, y con ella un levantamiento en toda la capital, porque derramándose con celeridad hasta por los más distantes barrios los prófugos de Palacio, cundió con ellos el terror y el miedo, y en un instante y como por encanto se sublevó la población  entera.
Acudieron todos a buscar armas, y con ansia, a falta de buenas, se aprovechaban de las más arrinconadas y enmohecidas. Los franceses fueron impetuosamente acometidos por doquiera que se les encontraba. Respetáronse en general los que estaban dentro de las casas o iban desarmados, y con vigor se ensañaron contra los que intentaban juntarse con sus cuerpos o hacían fuego. Los hubo que, arrojando las armas implorando clemencia, se salvaron, y fueron custodiados en paraje seguro. ¡Admirable generosidad en medio de tan ciego y justo furor! El gentío era inmenso en la calle Mayor, de Alcalá, de la Montera y de las Carretas. Durante algún tiempo los franceses desaparecieron, y los inexpertos madrileños creyeron haber alcanzado y asegurado su triunfo; pero desgraciadamente fue de corta duración su alegría.

Conde de Toreno

No hay comentarios:

Publicar un comentario