Una oficina central, la Comisaría de Abastecimientos y Transportes (1939) administra los víveres racionados y vela por su correcta distribución geográfica, mientras que la Fiscalía de Tasas (1940) evita que se produzcan acaparamientos o irregularidades.
Se establecen tres clases de cartillas de racionamiento, adecuadas a los ingresos del titular: categoría primera, para personas acomodadas que disfrutan de un elevado nivel de rentas; segunda, para las clases medias y tercera para personas económicamente débiles.
Clasificadas las solicitudes la Comisaría de Abastecimientos expresa su perplejidad: “Al término de las operaciones estadísticas referidas a las cartillas de racionamiento, se da el sorprendente resultado de que solamente aparecen inscritas en primera y segunda categoría un número muy reducido de cartillas”.
(…) El siguiente trámite (una vez conseguida la cartilla) es sellar la cartilla en los cuatro comercios habilitados para la venta de ultramarinos, pan, jabón y aceite, pero antes hay que pasarse por el estanco y adjuntarle una póliza con el retrato de José Antonio, sin la cual la cartilla no es válida.
Las sirvientas disponen de su propia cartilla, previa presentación de cédula personal (antecedente del DNI) o de documentos firmados por el cabeza de familia de la casa donde sirven.
Las cartillas de racionamiento, primero familiares, luego individuales (para evitar la picaresca que incluía en el lote a familiares difuntos) perdurarán hasta 1952.
En 1940, la ración semanal de una persona es de 500 gramos de azúcar, un cuarto de litro de aceite, 400 gramos de garbanzos y un huevo. Cada semana la prensa y la radio publican la composición del lote que se va a repartir. Algunas veces se añade a la ración 100 gramos de carne, otras dos huevos.
El racionamiento no soluciona los problemas. La obsesión de la autoridad por intervenirlo y controlarlo todo resulta contraproducente. En alguna regiones se padece hambruna.
Juan ESLAVA GALÁN “ Los años del miedo”
Se establecen tres clases de cartillas de racionamiento, adecuadas a los ingresos del titular: categoría primera, para personas acomodadas que disfrutan de un elevado nivel de rentas; segunda, para las clases medias y tercera para personas económicamente débiles.
Clasificadas las solicitudes la Comisaría de Abastecimientos expresa su perplejidad: “Al término de las operaciones estadísticas referidas a las cartillas de racionamiento, se da el sorprendente resultado de que solamente aparecen inscritas en primera y segunda categoría un número muy reducido de cartillas”.
(…) El siguiente trámite (una vez conseguida la cartilla) es sellar la cartilla en los cuatro comercios habilitados para la venta de ultramarinos, pan, jabón y aceite, pero antes hay que pasarse por el estanco y adjuntarle una póliza con el retrato de José Antonio, sin la cual la cartilla no es válida.
Las sirvientas disponen de su propia cartilla, previa presentación de cédula personal (antecedente del DNI) o de documentos firmados por el cabeza de familia de la casa donde sirven.
Las cartillas de racionamiento, primero familiares, luego individuales (para evitar la picaresca que incluía en el lote a familiares difuntos) perdurarán hasta 1952.
En 1940, la ración semanal de una persona es de 500 gramos de azúcar, un cuarto de litro de aceite, 400 gramos de garbanzos y un huevo. Cada semana la prensa y la radio publican la composición del lote que se va a repartir. Algunas veces se añade a la ración 100 gramos de carne, otras dos huevos.
El racionamiento no soluciona los problemas. La obsesión de la autoridad por intervenirlo y controlarlo todo resulta contraproducente. En alguna regiones se padece hambruna.
Juan ESLAVA GALÁN “ Los años del miedo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario