miércoles, 3 de octubre de 2012

LOS ÚLTIMOS REYES VISIGODOS

                                Don Rodrigo y la Cava
                                        S. Asenjo Arozarena. Diputación de Navarra

…Witiza, penúltimo monarca visigodo antes de morir asoció al trono a su hijo Agila designándolo dux de la Tarraconense. Su objetivo era garantizar la sucesión monárquica  dentro del clan, imitando el procedimiento seguido años atrás por su padre Egica. Pero la situación  política, económica y social era extremadamente delicada. Si bien el procedimiento legal para despachar la cuestión sucesoria era, teóricamente, de carácter electivo, muy rara vez la transición se había ejecutado conforme a ese derecho. En esta ocasión, la asamblea electiva (compuesta por aristócratas y obispos) desafió la voluntad de Witiza y, en circunstancias quizá no demasiado ortodoxas, aclamó al dux de la Bética Don Rodrigo.
Naturalmente, los witizanos no aceptaron de buen grado el nuevo escenario político. Sólidamente asentados en el noreste de la Península, los partidarios de Witiza movieron ficha mientras Rodrigo trataba sin éxito de consolidar su precario poder. Fue en este crítico instante cuando surgió de la nada la controvertida figura del conde Don Julián, gobernador visigodo de Ceuta, según algunos, exarca bizantino según otros; en cualquier caso su simpatía hacia la causa witizana está fuera de toda duda. Según la leyenda, Julián tenía motivos para recelar de Rodrigo: había enviado a su hija a Toledo, con el fin de que se educase en el entorno de la corte, y su belleza no había pasado desapercibida para el monarca que había cometido la osadía de seducirla con malas artes, afrenta que Julián no perdonó y que, siempre según  el mito, habría empujado al gobernador ceutí a pedir ayuda a los musulmanes para vengar el ultraje.
Con toda probabilidad, no obstante, los contactos de Don Julián con el gobierno musulmán de Ifriqiya respondieron a razones meramente políticas.  Es probable que Julián canalizara el descontento del partido witizano y que su cometido fuese mediar para conseguir una intervención árabe en la Península en defensa de los intereses de los partidarios del penúltimo monarca. Por este motivo, Julián y los witizanos pasaron a la historia como traidores por antonomasia, cuando en verdad otros monarcas visigodos en el pasado habían recurrido a ayuda externa de bizantinos y francos para dirimir disputas dinásticas. Los witizanos no planeaban entregar la Península al invasor árabe, simplemente buscaban un aliado para hacer valer por la fuerza los intereses de los sucesores de Witiza. El error no fue otro que la mala elección del socio: los árabes respondieron a la llamada y cruzaron el Estrecho, pero no tenían la menor intención de volver sobre sus pasos.

Roberto Piorno: “711: año cero de la era islámica”

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