Sancho VII de Navarra rompe el cerco de la guardia personal de Miramamolín
…Lo cierto es que la deserción de los guerreros andalusíes, que abandonaron el campo de batalla dejando solos a los almohades, pareció decidir la batalla, pues las líneas enemigas quedaron desarboladas. Sólo permanecía en pie la última resistencia: la guardia negra en torno a la tienda de Miramamolín, que resistió lo indecible, hasta que el caballero Alvar Núñez de Lara, por un lado, y el rey de Navarra, por otro, saltaron por encima de las cadenas y acabaron con la última resistencia.
La matanza fue terrible, pues se había decretado que no se hicieran prisioneros. Miramamolín escapó milagrosamente, con algunos fieles irreductibles. El botín fue muy rico y se distribuyó entre los aliados, aunque se prohibió tocar absolutamente nada, bajo pena de muerte: nadie debía entretenerse en el saqueo sin haber asegurado por completo la victoria y haber acabado con los enemigos. Los restos de flechas y lanzas capturados permitieron alimentar los fuegos de los campamentos cristianos varias noches.
Los estandartes musulmanes se trasladaron ceremoniosamente a la catedral de Toledo, las cadenas a Navarra –desde entonces, las figuras de cadenas fueron incorporadas a su escudo como símbolo principal- y el estandarte de Miramamolín, así como el que encabezaba las tropas cristianas fueron a parar al monasterio de las Huelgas en Burgos, donde cada 16 de julio el capitán general de la región militar hace ondear el pendón en conmemoración de la victoria. La rica tienda del jefe musulmán fue enviada a Roma como regalo a Inocencio III.
La carnicería fue tremenda. Del lado cristiano, se habló de 25.000 muertos y entre los musulmanes, dado que no se hicieron prisioneros durante la batalla, se calcula que perecieron en la batalla más de 50.000 hombres. Una vez concluido el enfrentamiento y enfriados los ánimos, a los miles de enemigos capturados se les perdonó la vida y fueron convertidos en esclavos.
(…)
Por su parte, el líder de los almohades, el califa Al-Nasir (Miramamolín), procedió en Sevilla a decapitar a los príncipes andalusíes, a los que consideraba responsables de la traición de sus hombres y, desde luego, responsables de tan amarga derrota. Tras dejar el gobierno en manos de su hijo, Al- Nasir se trasladó a Marraquech. Fue depuesto y permaneció recluido, acusado de incompetencia por la derrota. Lo envenenaron al año siguiente.
En los anales islámicos, este trágico episodio bélico se llamó desde entonces el desastre. Al poco tiempo el poder almohade comenzó a disolverse.
Juan Carlos LOSADA “Batallas decisivas de la Historias de España”
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